Martin Auer: La guerra extraña, Historias para educar en la paz

   
 

Los Dos Prisioneros

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Traducido por Gema González Navas

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Miedo
Otra Vez Miedo
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Dos Luchadores
Cuerpo a cuerpo
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El Esclavo
Los Granjeros a los que se les Daban Bien los Números
La Extraña Guerra
Arobanai
Serpiente Estelar
Atasco
Los Dos Prisioneros
Justicia
Dinero
Historia de un Rey Bueno
Informe para el Consejo de los Sistemas Solares Unidos
Hablando Claro
La Bomba
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Un día, varios de los amigos del señor Balaban estaban reunidos y uno de ellos dijo: "Somos todos apesadumbrados perdedores. Tenemos que empezar un grupo para poder ayudarnos unos a los otros".

"Déjame en paz con tus grupos", dijo uno de ellos. "Si todo el mundo se preocupa de sí mismo, entonces todos estaremos bien".

Los amigos discutieron un rato sobre la veracidad de esta afirmación. Entonces, preguntaron al señor Balaban cuál era su opinión.

"Algunas veces creo que es verdad. Si dos hombres igualmente fuertes van a un campo de nogales y recolectan nueces, probablemente sería mejor que cada uno de ellos las recogiese para sí mismo. Porque si cada uno de ellos recogiese nueces para el otro, entonces podrían pensar: 'Ah, ¿por qué tengo que trabajar tanto? Incluso si me agoto, sólo obtendré las nueces que mi compañero recoja'. Y así, cada uno pondría menos esfuerzo que si las estuviese recogiendo para ellos mismos, y como consecuencia tendrían menos nueces. Pero a menudo los destinos de la gente están tan interconectados que preocuparse solamente por los intereses personales no haría más que las cosas peor para todos."

"¿Cómo es eso posible?", preguntaron sus amigos.

Y el señor Balaban les dio este acertijo:

"Érase una vez en Samarkanda que las autoridades capturaron a dos ladrones que habían robado un ganso. Timur Lenk los encerró en dos celdas diferentes para que no pudieran comunicarse uno con el otro. Después él fue al primero y le dijo: 'Escucha, vosotros dos habéis robado un ganso. Por ello recibiréis veinte latigazos. No es agradable, pero sobreviviréis. Pero yo también sé que vosotros no sólo robasteis ese ganso sino también dos copas de oro de mi palacio. Por eso puedo hacer que os ejecuten. Pero eso representaría un inconveniente para mí porque no recuperaría mis copas de oro. Os podría torturar a los dos para que confesarais, pero he pensado hacer algo distinto. Escucha con atención: si tu te delatas a tu compañero como el ladrón de las copas y me dices donde las escondisteis, entonces sólo haré ejecutar a tu cómplice y tú quedarás libre. A él también le daré la misma posibilidad. Si él confiesa y tú no, entonces le dejaré a él libre y a ti te ejecutaré. Por supuesto es también posible que ambos confeséis y en ese caso no os dejaré libres a ninguno, pero actuaré misericordiosamente y solamente haré que os corten la mano derecha'

'¿Y si ninguno de nosotros confesase?', preguntó el prisionero, quien, por cierto, había sido el que había robado las copas con su compañero.

'Bien', dijo Timur, 'en ese caso solamente recibiríais los veinte latigazos por haber robado un ganso'.

¿Qué, en vuestra opinión, debería hacer el prisionero?", preguntó el señor Balaban a sus amigos."

"¿Y no se podían comunicar uno con el otro?"

"No", dijo el señor Balaban, "Timur se encargó de que no se pudieran comunicar uno con el otro de ninguna manera."

"Debería mantener la boca cerrada y confiar en que su compañero tampoco diría nada", dijo uno de ellos.

"¿Cómo puede confiar en eso?", dijo otro. "Él tendría que pensar que su compañero confesaría con toda probabilidad."

"¿Cómo es eso?"

"Porque al compañero le viene mucho mejor confesar. Escucha, vamos a llamarlos Ahmed y Bulent. Ahora, si Ahmed confiesa, es mejor que Bulent confiese también, porque si no le ejecutarían a él. Si Ahmed no confiesa, entonces es mejor que Bulent confiese para quedar libre. Luego Ahmed sabe que Bulent confesará siempre. Y así Ahmed confesará también para no ser ejecutado. Pero si Bulent, por alguna razón decidiera no confesar, tanto mejor para Ahmed porque quedará libre."

"Sí, pero el resultado será que a ambos les cortarán las manos cuando podrían haber recibido tan sólo veinte latigazos cada uno."

Y así estuvieron debatiendo este acertijo durante horas pero no pudieron tomar ninguna otra decisión.

"Esto es lo que yo os quería demostrar", dijo el señor Balaban. "Por preocuparse de los intereses personales de cada uno consiguieron lo peor para los dos."

"¿Pero, entonces, qué deberían haber hecho en tu opinión?

"Deberían haberse hablado y prometido mutuo silencio", dijo el señor Balaban.

"¡Pero si tú dijiste que no podían hablarse uno al otro!"

"Deberían haber sobornado a un guardia para que les pasase cartas o mensajes recíprocamente. Deberían haber atado una nota a la cola de un ratón, o dejar a un loro que hablase ir de una celda a otra. Deberían haber intentado cualquier cosa que se les hubiese ocurrido para comunicarse, porque si los humanos no se las arreglan para comunicarse, no podrán perseguir sus propios intereses sin con ello hacer la vida más difícil para los demás, incluso para ellos mismos."


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